El título es un truco de baja calaña utilizado para atraer a los lectores de Cortázar al blog. Desde ya estoy convencido de su total inutilidad.
Todos lloramos alguna vez con una película, o lagrimeamos, o se nos humedecieron los ojos, o nos produjo una pequeña mueca de tristeza, depende de qué tan sensibles seamos. Gran parte de la culpa de esto la tiene las películas en sí, que son, casi por regla general, innecesariamente tristes y sombrías, como si la vida no fuera un continuado de alegrías y momentos mágicos. La otra parte de la culpa la tiene el espectador, dispuesto a emocionarse cada vez que a Bruce Willis la hija lo trata mal en
Duro de Matar 4.0.
Por eso, desde
Dos Horas Peridas presentamos el Llorómetro, una escala que permite saber las posibilidades que tiene una película de hacernos llorar, y qué tan hombre hay que ser para no hacerlo. Dejo de lado a las mujeres, porque la verdad no tengo ni idea de qué tan mujer hay que ser para no llorar como una descosida mientras se mira
La Era de Hielo 2.
Grado 1: Imposibilidad total de producir lágrimas. Puede tratarse de comedias groseras o de bodrios insufribles, pero no lo suficiente como para ahcernos llorar de rabia por estar perdiendo el tiempo.
Ejemplo: Euroviaje Censurado. A menos que lloremos por lo linda que sale Michelle Trachtemberg, pero en ese caso nuestro problema menor serían las lágrimas.
Quién no lloraría: Cualquier hombre cuyos ductos lacrimales funcionen correctamente.
Grado 2: Posible humedecimiento ocular producto de problemas personales que se ven reflejados en la pantalla. Clásico caso de "me pelié con mi novia y pensé que iba a ser buena idea ver una comedia romántica". No es buena idea, primero porque te deja medio como un pelotudo ver una comedia romántica por motu proprio (excepto
50 Primeras Citas, que es una masa), y segundo porque si de hecho se produce el susodicho humedecimiento quedás como puto en frente de tus amigos que son todos leñadores y mineros endurecidos por la dura vida del trabajador (aunque se junten a ver comedias románticas, posiblemente para descubrir que es el amor).
Ejemplo: La Caída, si sos un tremendo nazi.
Quién no lloraría: El padre de Zoolander, cualquier hombre que sea más o menos diestro en el manejo de armas cortantes.
Grado 3: Una lágrima discreta que se desliza silenciosa por nuestro rostro. Este efecto se produce en momentos particularmente trsites dentro de una película no necesariamente triste. El ejemplo más mejor puede ser la muerte de la madre de Bambi en
Bambi. Después la película es más o menos divertida, pero cuando se le muere la madre, y Bambi le dice mamamaamamamam, o algo así, porque no la veo hace como 15 años, hay que estar medio preparado para que no se piante un lagrimón. Uno solo, más ya es medio de sarasa.
Ejemplo: La muerte de Mufasa en
El Rey León (que es la
Bambi de una generación más desafortunada).
Quién no lloraría: Presos de una carcel de seguridad media, a menos que estén adentro por evasión fiscal o algo así.
Grado 4: Llanto abierto y sin tapujos, sollozos varios e inclusive algo de vómito producto de las convulsiones (de los sollozos, que cada vez son más violentos). Grado más alto de la escala (que, dicho sea de paso, no contempla casos de llorones patológicos). Sólo se produce durante películas maliciosamente tristes, que contienen uno o más de los siguientes elementos: muertes lentas producto de alguna enfermedad terrible, muerte lenta de un niño producto de alguna enfermedad terrible, muerte de animales muy buenos, suicidios en cámara lenta con alguna música triste, funerales con valijas.
Ejemplo: Nobody Knows (remitirse al último ítem de la lista).
Quién no lloraría: El personaje de Clint Eastwood en
Gran Torino (que dicho sea de paso podría considerarse un 4 en esta lista), criminales de guerra, vaqueros del lejano oeste, personas que no entienden muy bien eso de la tristeza, tipo bebés, pero esos lloran de cualquier cosa así que no pueden juzgar a nadie.